Aníbal Troilo: El Pibito Que Eligió La Jaula

Resulta difícil definir el concepto de estilo. Tal vez el estilo de Aníbal Troilo (1914-1975) sea una gestación lenta, cansina como la gestualidad misma de Pichuco. Todo comenzó en un picnic organizado por la Sociedad La Fanfarria; allí el hijo de Felisa y Aníbal, el carnicero, tiene por primera vez un bandoneón entre sus manos y sobre sus rodillas. Tenía apenas 9 años.

Dos teclados de marfil y la jaula del “Doble A” terminaron con el fútbol. Unas clases con Juan Almendral y sus tempranas incursiones lo llevaron, en 1926, a ponerle el fondo musical a películas mudas y a una Orquesta de Señoritas en el Café Ferraro, en 1927. Este fue el comienzo del camino.

Se puede pensar el estilo troileano a partir de su devoción por Carlos Gardel; fervor que pone en práctica y traslada a su modo de interpretar el fueye y, más tarde, a su orquesta.

El estilo de Troilo es un sistema, una suma de planos que se amalgaman para explicar esta música tan popular como compleja. Es necesario destacar entonces al ejecutante y al director. No hay modo de disociar uno del otro. Pichuco-bandoneonista es la conjunción de tres maestros del instrumento: fundamentalmente del fraseo de Ciriaco Ortiz, la intensidad y el timbre de Pedro Maffia y la fuerza arrolladora de Laurenz, el otro Pedro. De un modo muy personal el Gordo tomó el fraseo gardeliano para hacer cantable el bandoneón con elegancia y sensualidad intimista. Los solos de “La cumparsita”, “Malena” o “Inspiración”, por citar unos pocos, o la belleza camarística del Cuarteto Troilo-Grela, entre 1953 y 1962, son muestras más que suficientes.

La importancia de Troilo-director se verifica en la cualidad para elegir y descubrir a instrumentistas fundamentales. Cualquiera de las fotos de la orquesta del Gordo es un verdadero seleccionado: Goñi, Baralis, Berlinghieri, Zlotnik, Bragato, Piazzolla, Baffa, entre otros. En esas imágenes no faltaron los cantores, que eran un istrumento más en la orquesta de Troilo: Berón, Marino, Rivero, Cárdenas, Goyeneche, Rufino y Francisco Fiorentino, un ex sastre que, en 1937, Troilo eligió y supo hacer a su medida, cuando Rodríguez Lesende le avisa, a días del debut en el Marabú, que se iba con De Caro. Pichuco supo sacar de cada uno de sus cantores lo mejor de sí y modelarles un repertorio personal.

El hombre-orquesta sumaba otra cualidad que lo hacía un constante innovador: la presencia de orquestadores (Argentino Galván, Balcarce, Piazzolla, Rovira o Plaza), a quienes respaldó y que lo nutrieron en las distintas etapas.

“Responso”; dedicado a su amigo Homero Manzi, “La trampera”, “María” o “Garúa” forman parte de sesenta títulos de Troilo-compositor, que completa el sistema.

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