El cantautor, radicado en el pueblo español de Teruel, presentó en Buenos Aires su disco “Los transplantados de Madrid”. Así que aprovechamos para preguntarle sobre su pasado, su presente y opinión por la música actual.
Hay en la frase de Ariel Prat “Murga: sentimiento de rabia y orgullo porteño que se baila”, un matiz diferenciador de la clásica “Tango: sentimiento triste que se baila”, inmortalizada por Discepolín. Ante una misma raíz de música popular, la diferencia acaso radique en el tono. Mientras el arquetipo tanguero alude a una historia pasada, la reivindicación murguera remite a una historia negada. Durante años, Prat le puso el cuerpo a ese olvido explícito (el del origen común, negro, de la murga, el tango y la milonga) pero sólo cosechó a cambio indiferencias varias, más allá del respeto de un puñado de fieles. De un tiempo a esta parte la cosa cambió.
Criado en Villa Urquiza (“el barrio donde siempre estuvieron las mejores murgas y también los mejores bailarines de tango”, dirá, también con orgullo, en la entrevista con tangodata.gov.ar), habitante de Villa Soldati durante años de escasez y bohemia heavy, Prat debió someterse a diversas paradojas del destino para vivir hoy un presente distinto. Una de estas circunstancias fortuitas –o no tanto– tuvo que ver con su radicación, desde hace cinco años, en España. Más precisamente en Teruel, un pueblo de 39 mil habitantes, situado entre Zaragoza y Valencia. Su condición de “transplantado” tal vez haya contribuido a modificar ligeramente su enfoque musical pero, fundamentalmente, cambió la percepción que aquí, en Buenos Aires, se tenía de su obra. La otra paradoja también es subsidiaria de prejuicios y sorderas muy comunes en la Argentina. Su música debió ser rescatada por una banda de rock –la Bersuit Vergarabat– para que algunos oídos se mostraran más predispuestos a escuchar.
“Yo siempre estuve haciendo básicamente lo mismo”, reconoce Prat, que tiene 44 años, pasado de “cebollita” en Argentinos Juniors (en la misma época de Maradona) y alma eterna de tablón. En “Los transplantados de Madrid”, el flamante y muy interesante disco que acaba de editar (y que estuvo presentando en The Chacarerean Teatre, ND Ateneo y en la Peña Grande del Colorado), ese “hacer lo mismo” supone, sino una evolución, una síntesis de sus búsquedas musicales de los últimos veinte años. Prat profundiza su encuentro con las raíces afros de la música popular de Buenos Aires, pero sin afanes antropológicos: son las buenas canciones, urgentes y melancólicas, las que conducen por ese camino sinuoso, que va de la murga al candombe, pasando por la milonga, el tango y el rock. Prat sintetiza su propuesta como “Tango milonga de corte murguero”, paráfrasis del “tango milonga de corte moderno” que llenaba las noches durante la época clásica. “Para mí es el gran estilo que viene. Se puede bailar, se puede escuchar. Estamos consiguiendo algo que es muy importante: hacer que que nos saquemos la vergüenza de nuestra parte negra. El tango recibe todas las influencias. Entre esas influencias está la de los negros. Lo que yo hago viene de ahí. Está en el baile. Lo que hacía yo espontáneamente después lo reafirmaron teóricamente. Yo también me puse a investigar lo que antes hacía empíricamente”.
Reconoce que durante mucho tiempo estuvo “muy mestizo” (su manera definir su eclecticismo en materia de influencias) y que recién ahora está mejor “enfocado”. “No reniego de lo que hice antes, pero uno va madurando en su manera de cantar y de escribir. Creo que en España profundicé mi ADN porteño”. En su mapa genético, claro, están todas sus vidas anteriores. Prat define quiénes lo marcaron a fuego: Enrique Cadícamo, Alberto Castillo, Moris, Miguel Cantilo, Hugo del Carril, la dupla Manzi-Piana, Pintín Castellanos. A medida que transcurre la charla aparecen otros nombres: Angel Vargas, Floreal Ruiz, Julio Sosa. No se olvida de Juan Carlos Cáceres (con quien comparte en Europa trabajos y búsquedas artísticas). Prat sabe que durante mucho tiempo formó parte de un espacio de aparente hibridez genérica, que ahora tiene un terreno propio por donde andar. Por ese camino, con diversos matices y grados de exposición, transitan artistas como Alejandro Del Prado, Los Auténticos Decadentes, la Bersuit, Flavio Cianciarulo, entre otros. No es casual que “Los transplantados de Madrid” esté producido por Juan Subirá y Pepe Cáceres, ambos de la Bersuit. Y que participen como invitados Gustavo Cordera (quien a su vez, en el disco “La argentinidad al palo”, canta el hermoso tema de Prat “Al olor del hogar”), Cianciarulo, Dani Buira y Juan Carlos Cáceres. “Al medio pelo argentino siempre le molestó que hubiera gente como nosotros”, dice. Con Cáceres comparten clínicas en Francia. “Les enseñamos la murga como antecedente de la milonga candombeada”.
–¿Cómo reaccionan en España y en Francia con tu música?
–El francés es más abierto que ninguno. En España están más acostumbrados a aceptar el estereotipo. Les gusta el tango, pero no les interesa ir más allá de lo que ven. Los franceses son más curiosos. Van a las milongas, bailan, se divierten y además quieren saber de qué se trata.
–¿Por dónde cree que pasa una posible evolución de la música popular de Buenos Aires?
–Creo que hay dos vertientes que a lo mejor no tienen mucho que ver entre sí, pero van por caminos interesantes. Una es la que compartimos con Buenos Aires Negro, La Chicana, La Chilinga. Y la otra es la que hace Gotán Project. Son muy buenos. Tanto en unos como en otros, aunque son distintos, hay algo en común: sensibilidad.
–En todos los casos que nombraste, por algún lado se mete el rock, aunque sólo sea una cuestión de actitud.
–Es que no se puede prescindir de eso. Es nuestra generación. A mí me pasó algo raro con el rock. Llegué tarde a escucharlo, por eso no me “contaminé”. Siempre pronuncié como porteño, nunca tuve esos modismos rockeros. Tampoco canté imitando a Silvio Rodríguez. Me crié como un cantor de Buenos Aires. Lo que pasa es que antes eso era grasa y ahora está bien visto.
–También hay muchas maneras de ser “cantor de Buenos Aires”. A veces se exagera la pertenencia…
–Sí, hay como una “polaquización”. Y esto lo digo en el peor sentido. Porque Goyeneche fue en su momento un intérprete maravilloso. Tenía una voz finísima. Pero los que quieren imitarlo se suben al Polaco de los últimos tiempos. Goyeneche pega a partir de una ideología del vicio. Muchas veces en eso de “ser decidor” se esconden varios que cantan mal.
–¿Cómo influye el exilio?
–A pesar de que no soy un tipo de ghetto, siempre sale mi origen, donde esté. Eso produce una gran identificación. En España lo que más pegan son las historias de acá. Les gusta más “Alma de wing” que la canción que compuse para el Real Madrid. Y los que saben, también descubren los artificios. Hay argentinos que van y hablan con un tono de “que asheeeee”, a lo arrabalero. Y resulta que la mina que canta es arquitecta, nada que ver….
–¿Qué cosas te inspiran a escribir hoy?
–Llega un momento en la vida en que dejás de escribir sobre lo que te puede pasar y escribís sobre lo que te pasó. Ya no me importa si voy a ser una estrella; para mí es más importante recordar de donde vengo. El gran desafío es poder transformar en arte esos pedazos de vida que andan sueltos por ahí.