Saliéndonos un poco del tono del tango, acá mostramos nuesta opinión sobre una película que comparte con la banda sonora, la pasion por el flujo de la musica; esto es algo tan esencial en el tango que uno no puede mas que pensar en paralelismos entre el tango y la película. Incluso el cantar con el alma de un cantautor puede ser comparado con el bello flujo y movimiento del tango. Tal como siempre hemos dicho, el tango es sin duda un arte.
Es altamente improbable que el diccionario María Moliner forme parte de la biblioteca de Paul Thomas Anderson creador de Magnolia; aunque como se encarga de afirmar el narrador que nos introduce a la película: cosas más extrañas ocurren todo el tiempo. Y esas cosas ocurren en un mundo inefable que los personajes aceptan no sin amargo y resignado patetismo –de la misma manera que van resignándose a la tristeza de sus destinos personales. Queda al arbitrio del narrador (y al nuestro) el preguntar si es el azar el que rige ese universo; la predestinación; el cumplimiento de un secreto plan de La Divinidad o las divinidades; o si es esa Fuerza que Arthur Schopenhauer llamó Voluntad, esa fuerza que lleva a los hombres a construir la Representación que es la ficción que es el mundo. El melodrama Magnolia intenta ser no menos incomprensible y rico en variaciones patéticas que ese, nuestro propio universo, es hablar en su elogio el sostener que unas pocas veces lo logra.
No es descabellado suponer que el mismo Paul Thomas Anderson, en virtud de su declaración acerca de lo inefable del mundo, tal vez coincida con nosotros si aplicamos a Magnolia las dos acepciones que nos da el diccionario, respecto a melodrama. El mismo Anderson escribe en una nota destinada a presentar la banda sonora de la película que el guión de la misma fue concebido a modo de adaptación de diferentes canciones de Aimee Man, si bien las intenciones de los autores y el resultado de su obrar no constituyen el ejemplo más claro de causa y efecto, es claro que las canciones de Man no son mero acompañamiento, sus tristes canciones van formando la atmósfera que respiran los personajes. Como falla puede decirse que a veces algunos versos de esas canciones nos dejan con la impresión de que Aimee Man se ha impuesto la melancolía como una especie de Ética personal, lo que no deja de ser un error, pues el arte no precisa de declaraciones de principio, sus secretos procedimientos son mucho más inocentes y elaborados). Copio algunos de los versos traducidos que, con voz dulcísima, canta Aimee Man, versos llenos de estudiada e ingenua amargura:
No puedo obligarme a reparar mi vida
Aún cuando se avecine la tortura,
Debo cumplir una rutina.Voy a condenar a muerte al futuro
solo para que concuerde con el pasado.Cuando un gesto amable podría resultar mortal. Definitivo.
No por sorprendentes o paradójicos estos versos, malamente traducidos, dejan de ser emotivos, junto a estos hay algunos menos eficaces es cierto, quizás demasiados, pero no debemos olvidarnos que esa desprolijidad es intrínseca al rock como a todo arte menor.
La segunda acepción que nos da el diccionario: obra dramática en la que lo principal es la acción, compuesta de episodios muy emocionantes parece redactada a propósito. Quizás si algún reproche puede hacerse a la película es, el exceso de “episodios emocionantes”, la presentación constante de tipos tan abrumados por el peso de sus propias vidas que están constantemente al borde del soponcio. Pero esa carga emocional de los personajes es al mismo tiempo un gran mérito, y no solo es la demostración de la excelente técnica de los actores, sino que esa intensidad es un logro dramático. Y si en algún momento ese desborde de emoción nos incomoda, aceptamos esa molestia, resignada y pacientemente, del mismo modo que nos resignamos a escuchar una sentida confesión de un amigo, quien con generosidad que nunca seremos capaces de apreciar del todo, nos hace depositarios del contenido (generalmente desolador) de su consciencia. Y finalmente, hay en aquellos que simplemente permiten que sus miedos dominen su vida y su personalidad algo que merece quizás no nuestra simpatía, pero si nuestra compasión: Chesterton decía que había algo de eminente humanismo, algo muy cristiano, en aquellos que podían quejarse sinceramente de su destino. Por el contrario, Chesterton, creía que era inmoral quien atesoraba mezquinamente el dolor para mostrarse a la ingenuidad de los demás como un resignado mártir.
Hay algo de esta idea en los extrovertidos personajes de Paul Thomas Anderson, tan llenos de auto conmiseración, y siempre dispuestos a la al desborde. Como por ejemplo el maniático T.J. McKey, interpretado brillantemente por Tom Cruise, que muy a pesar suyo, termina mostrando que toda la vulgaridad y prepotencia de su personalidad no son más que piezas de una estructura muy esforzadamente construida para poder sobrevivir a un antiguo abandono, y que él es eminentemente un tipo moral.
Los hombres cantan mientras los dioses tejen las desgracias
Ya hemos aceptado que Magnolia puede ser visto como melodrama y como paralelismo del tango, más fácil nos resultará aceptar la idea de que ese melodrama es capaz de “soportar” una lectura múltiple: podemos verla como un musical heterodoxo, (en mitad de la película Anderson introduce una secuencia musical, lo que actualmente se denomina, si permite la inclusión de un término que nada significa, un videoclip. Sorpresivamente los personajes comienzan a cantar a dúo con Aimee Man, y lejos de producirse un efecto que nos lleve a distanciarnos de la historia, lejos de quebrar la ilusión de realidad, nuestra simpatía por los personajes y nuestra creencia en ellos, aumentan).
Por otro lado la película por momentos se asemeja a un oratorio, si nos volvemos a asomar al diccionario María Moliner encontramos entre otras acepciones: Composición musical de asunto sagrado, Y el “asunto” de Magnolia puede ser considerado un asunto sagrado, esa categoría tiene la lucha de los personajes por afrontar sus humillaciones, sus derrotas, sus irracionales esperanzas, la inminencia de la muerte… Ese debatirse en situaciones cuya resolución aparece como esencial, nos recuerda algunos de los problemas que le gustaba plantear, casi como si se tratara de un ejercicio intelectual, a Jean-Paul Sartre. Por otro lado Nietzche decía que la simpatía ante la contemplación de la zozobra de una naturaleza trágica tenía carácter divino.
Finalmente, la obra de Anderson nos recuerda a una tragedia en la que los mismos personajes forman el coro que canta desgracias propias y ajenas. Propio de las tragedias antiguas es el final de la obra en el que la solución de los destinos que se precipitan, al parecer, fatalmente al abismo de la aniquilación sucede de manera providencial. En el teatro antiguo el tejido de desgracias se desentrañaba cuando descendía, mediante un sistema mecánico, un deus ex machina. Aquí la solución extraordinaria también proviene desde lo alto, pero no en forma de un terrible y barbado dios. Mucho se ha dicho de la alusión al Éxodo 8:22 tomada del Antiguo Testamento, y mucho ha defendido Anderson, –que asegura haberlo leído cuando el guión estaba concluido– la posibilidad de comprobar que su “solución providencial” es uno fenómeno que ocurre en la realidad. La coincidencia con el libro de la Biblia que narra las dificultades del pueblo judío para escapar de Egipto no parecen tener una relación muy clara.
Por otro lado nuestra ignorancia acerca de la ciencias naturales nos impide saber (lo cual carece de importancia) si el hecho es o no de este mundo. En lo que concierne estrictamente a la ficción, desde el punto de vista formal algún severo crítico podría sostener que el impactante procedimiento elegido revela incapacidad del autor de resolver la tensión dramática de manera más ortodoxa y no menos efectiva.
Con distintas razones que aquellas puramente formales, podemos ver en esa irrupción de lo improbable haya quizás la declaración de que este, es un mundo regido por una divinidad extravagante la que se complace en procedimientos enigmáticos. O la creencia de que las desgracias de los hombres precisan de una solución divina, ya que aquellos son incapaces de remediar el dolor que abunda en sus vidas.
Sea cual sea el caso el recurso no por espectacular deja de ser eficaz. Prueba de ello es que su discusión esta presente cualquier comentario sobre la película. Quizás sirva para ilustrar esta discusión lo que escribió gran escritor Joseph Conrad en el prólogo de la segunda edición de The Shadow Line (La Línea de Sombra), molesto con la crítica que había encontrado elementos sobrenaturales en ese, su primer libro. Conrad se “defendió” afirmando que en este nada había de mágico, y que la utilización de tales recursos ponían de manifiesto falta de sensibilidad frente a la realidad ya que esta no excluye lo extraordinario.
Solemos, no sin razones, pensar en los grandes actores como seres de perfecta liviandad, no sin cierta compasión los vemos como abitantes de un limbo, incapaces de afrontar los diversos trabajos que le impone la vida a todos los demás hombres. No debe haber sido este el caso del valeroso Jason Robards quien mientras rodaba la película estaba muriéndose de la misma enfermedad que su personaje. En el momento de su Última Hora todo le debe haber resultado más fácil, ya lo tenía todo estudiado y ensayado.