Seguramente los haya visto en las pistas de alguna milonga porteña o bonaerense. Casi todos los conocen. Pero pocos saben realmente quienes son. Enrique Aguirre y Gioconda Spaletta suman 166 años y quien los ha visto hacer ganchos, sacadas, barridas y demás voleos no puede sino asombrarse de su agilidad, a pesar de su aspecto endeble. Y no sólo eso: a sus 83 años cada uno (ella los cumple en julio), también bailan otros ritmos, como rock o salsa, sin parecer cansarse nunca.
“¿Que si esto participa en nuestro buen estado de salud? Querida, esto ES lo que nos mantiene así”, insiste Gioconda, elegantísima con su pelo colorado, su vestido negro con encajes, sus joyas brillantes, sentada en su mesa habitual de la milonga Rouge. “El baile se te mete adentro, te atrapa, se vuelve una droga, una necesidad. Pero es algo que te beneficia, no te perjudica. Yo antes iba al gimnasio y me aburría. Con el tango no me aburro. La música, la danza, estimulan no sólo la parte física, sino también la emocional, la mental, y eso te mantiene viva”.
Enrique repasa lo que hicieron en la semana: “El domingo fuimos a Banco Provincia, una milonga en Vicente López. El martes, a Canning. El miércoles, a La Viruta. Hoy jueves estamos acá en Rouge. Mañana, si no llueve, iremos a La Viruta y a Canning después. El sábado, a Pigmalion. Y el domingo… bueno, para el domingo todavía no sabemos”. ¿Y la lluvia qué tiene que ver? “Y, es que nosotros venimos en colectivo desde San Fernando”, explica ella.
Firuletes
En la mesa, siempre piden lo mismo: un agua mineral y un whisky. Sólo que el agua mineral es para él y el whisky, para ella. “No se puede decir que yo haga locuras por el alcohol”, se ríe Enrique, “si la que toma es ella”.
Tienen historias diferentes con el tango. El empezó de muy joven, porque toda su familia bailaba. “Armábamos el baile en casa y bailábamos entre parientes, mis tíos, mis primos, mis padres. Yo empecé más o menos en el año 1938. Conocí a todos los bailarines de la época, y a todas las grandes orquestas del cuarenta, claro. Ojalá se volviera a esa época. En los barrios había salones de baile todos los días. Los carnavales eran una cosa increíble. A mí me echaban los de la comisión de fiestas porque hacía firuletes en la pista…”
Cuando se puso de novio con Gioconda, a mediados de la década del cincuenta (“Cumplimos 49 años de casados en septiembre”, dice con orgullo), abandonó la vida milonguera durante casi treinta años, porque ella no bailaba. “Mis padres eran inmigrantes de España y de Italia. No bailaban nada de tango”, dice Gioconda, casi lamentándolo. Hasta que la tía de Enrique, que estaba casada con Carlos Albornoz, con quien bailaba profesionalmente, invitó a la pareja a un cumpleaños. “Yo ya era grande, tenía más de sesenta años. Empecé a practicar ahí, me gustó, y no paramos más… Siempre me pregunto por qué no habré empezado antes”. A lo que Enrique responde: “Y yo siempre digo que gracias a Dios que empezamos, aunque fuera tarde”.
Informalidad
Enrique y Gioconda tuvieron tres hijos, de los cuales uno falleció. Ninguno heredó su pasión por el tango. Pero ven con asombro, y alegría, cómo sus padres se mantienen jóvenes de cuerpo y de espíritu gracias al baile.
Mirándolos sentados tan formales en sus mesas, él siempre con traje y corbata, ella impecablemente pintada, uno podría creer que son milongueros tradicionales. Nada más lejos de la realidad. “No sé si bailaremos bien o mal, pero somos distintos”, afirma Enrique. Les encanta hacer firuletes (“No tenemos suerte”, suspira él: “en el 2002 nos eliminaron del campeonato de tango salón porque hicimos pasos prohibidos…”), van a menudo a La Viruta, donde les atrae “la onda joven y el entusiasmo” y les importa muy poco que se diga que allí no se respetan los códigos de la milonga. A Enrique, que trabajó durante cuarenta años como docente, le encanta estar con jóvenes. Y Gioconda odia la formalidad: “No me gusta estar etiquetada. La Viruta capta gente joven y eso está muy bueno. Es necesario que la sangre se vaya renovando. Si no hay jóvenes, se acaba la milonga. Cuando voy a bailes donde sólo hay gente de edad avanzada, me aburro y me voy”.
A las tres de la mañana, empiezan a pensar en la partida. Regresan a San Fernando en remise. Al día siguiente, una nueva milonga los espera. Ya se preparan para su próxima exhibición, el 26 de junio en Salón Canning.